CRÓNICA VIAJE A CHINA 2006
Aterrizamos en Beijing el 29 de Julio, y al bajar la escalera del avión una bruma espesa y caliente nos recibió con intención de no abandonarnos durante todo el viaje pegándonos la ropa al cuerpo como una segunda piel.
Nos habíamos imaginado un alojamiento espartano con baños compartidos, pero, a medida que nos íbamos acercando al único hotel de la calle, vimos que a la sobriedad le colgaron todas las estrellas del hotel y se convirtió en lujo oriental. El recibimiento fue cálido y afectuoso, y el primer paseo de aquella tarde terminó en un mercadillo de antigüedades y la primera cena china con palillos.
Al día siguiente conocimos a nuestros maestros de la Universidad de Pekín : maestro Men y maestro Wang, además de la compañía de nuestro maestro Fu y su hijo James.
Desde el primer día tuvimos que acostumbrarnos a practicar siendo observados y “escaneados” con detalle, y las múltiples correcciones nos hicieron ver el largo camino que nos esperaba hacia el conocimiento. Eso estaba bien.
El examen estaba a la vuelta de la esquina; practicábamos todas las mañanas y algunas tardes de nuestra primera semana de estancia en China.
De no ser por el ejercicio, nuestros estómagos jamás hubieran podido digerir tanta comida en períodos tan cortos de tiempo: la abundante y variada comida oriental se nos juntaba con la misma abundante y variada cena con las autoridades del deporte y la política, que nos recibían con todos los honores.
Cada restaurante visitado nos daba la bienvenida con comida especial para la ocasión, y desde luego, con la idea de que tiene que sobrar mucha comida para que sea un verdadero banquete.
Hubo quien solo comió sandía durante todo el viaje, pero la mayoría disfrutó comiendo manjares presentados como obras de arte. Muchas cenas se adornaban de espectáculos de circo, homenajeando nuestra visita a la ciudad y los niños chinos nos miraban a nosotros como el verdadero espectáculo.
Llegó el esperado examen con el temblor reflejado en las manos de todos sin excepción: desde los profesores hasta los alumnos. Nuestro maestro Fu nos animaba y nos reconfortaba con su presencia. Pero, el temblor incontrolable se unía al calor sofocante del local y al traje oficialmente abotonado de taiji.
Finalmente, la nutrida expedición venida de ultramar quedó en buen lugar, porque nuestras solicitudes para el duan fueron aprobadas. Todos sin excepción, nos sentimos privilegiados por estar en el lugar de origen del taiji siendo evaluados por los mejores maestros de la Universidad de Pekín.
A partir de ese momento, ya más relajados, madrugábamos a las cinco de la mañana para practicar taiji en el parque que teníamos a diez minutos del hotel. El mundo entero parecía haberse puesto de acuerdo para levantarse tan temprano y congregarse allí. Lo cierto es que eso lo hacían todos los días de su vida jóvenes y mayores, antes de la jornada laboral, practicando todo tipo de disciplinas: abanico, diábolo, espada, qigong… Nos pareció ejemplar.
Nos permitían acoplarnos a sus grupos de taiji con total naturalidad y nos sentimos como en casa. Cuando terminábamos nos esperaba un desayuno con sopa china, arroz y tallarines, entre otras cosas .El café y las toscas tostadas fueron una concesión del hotel a nuestros gustos occidentales.
Por las tardes recorrimos Beijing: El templo del cielo, la Ciudad Prohibida y algún callejón con comida especializada en churrasco de alacrán.
En la ópera de Pekín oíamos aquellos sonidos imposibles con una taza de té con pastas, sorprendidos por el espectáculo y por la amabilidad con la que fuimos tratados.
Vivimos la peor inundación de la temporada dentro de un autobús, durante cuatro horas organizando salidas para buscar comida con el agua de las calles tapando las ruedas de los coches.
El viaje prosiguió hasta Handan, y allí nos recibió el “séquito” del servicio del hotel uniformado y sonriente. El hotel aún era más espectacular que el anterior. Por la noche James nos llevó a la plaza próxima al hotel donde sus alumnos nos hicieron una demostración de la forma de vientiocho y de sable.
Nosotros lo hicimos al día siguiente, nos felicitaron y se sorprendieron.
Imaginamos que tendríamos que ser tan raros para ellos como para nosotros 70 esquimales en Orense practicando la muiñeira ,por poner algún ejemplo.
Nos sacaron cientos de fotos.
Después de Handan visitamos Yong Nian, la ciudad del maestro Fu y allí practicamos Taiji ante el mausoleo de su padre. El pasado y el presente parecían estar unidos en aquellas paredes repletas de fotos custodiando en silencio la “tradición de la forma”.
Le siguió la ciudad de Luoyang, donde miles de budas de piedra de todos los tamaños llevan siglos sentados e imperturbables custodiando “Longmen Shik”.
En el monasterio de Shaolín, monjes de todas las edades nos hicieron una demostración de lo que es el dominio del cuerpo con concentración y disciplina, mientras a las puertas del templo ardían decenas de varas de incienso subiendo aún más si cabe la temperatura.
Desde el autobús la muralla China se asomaba como la cola de una serpiente interminable y cuando llegamos agradecimos al emperador Quin sus ansias megalómanas al mandar construir semejante cicatriz en pleno corazón de China.
Un tren sin aire acondicionado nos llevó a Xi’an, la antigua capital de China. El aire era aún más irrespirable y el hotel más grande que los anteriores.
Siempre que podíamos practicábamos taiji por las mañanas, y más tarde, otra vez el delirio del emperador Quin nos mostró el esplendor de los guerreros de terracota enterrados con él para defenderlo en la muerte.
Visitamos la fábrica de seda, la de cerámica y la muralla de Xi’an. El aire quemaba los pulmones de caliente que era y por la noche nos metimos vestidos en las fuentes luminosas, secándonos al instante.
Nuevamente el tren nos llevaría a Beijing para volver a España, quedándonos con la esperanza de regresar. Nos esperaba la práctica diaria para emprender nuestro propio camino personal.